El vuelo - (Cuento)

A pesar de ser muy temprano el día se vislumbra maravilloso, de un azul intenso, ya estoy camino al aeroparque en el remis de Carlos, un cantante de tangos que ocupa su mayor tiempo sobre 4 ruedas, para poder sustentar su vida. Es primavera, 12 de Septiembre, y en Córdoba me esperan para presentar la nueva campaña publicitaria sobre un nuevo billete de lotería, revisé mil veces mi carpeta para ver si esta todo en orden, soy muy distraído, vivo olvidándome todo y a donde voy es un poco lejos para regresar a buscar el material.

Estudio varias veces las ideas de los comerciales para actuarlas para ser convincente al momento de contarlas, trato de ensayarlas pero decido no continuar y dejarme en manos de la improvisación, mi herramienta preferida.
Llego al aeroparque a tiempo, siempre me sedujo las barras de los lugares de paso, me acerco y pido un café un para celebrar el ritual del ¨cafecito¨, una costumbre que tenía y me transmitió, mi ex jefe Raulito Maldonado antes o después de visitar un cliente, de paso me gusta observar a la gente y jugar a adivinar a que se dedicaba cada uno, porque viajan, quiénes son…, de esa manera empiezo a disfrutar lo que considero parte del viaje.

Subo al vehículo que me lleva al avión, que siempre despotrico ya hubiese preferido caminar antes de viajar en ese colectivo sin asientos, lleno de olores varios pasando por perfumes importados hasta de un vestuario en el segundo tiempo, y por fin llego al avión. Busco mi asiento, me ubico y trato e desviar mi pensamiento a cualquier lado menos al de estar suspendido en el aire de la mano de Dios y del capitán de turno.

Comienza a carretear, miro por la ventanilla el día sigue esplendido, lo disfruto y respiro hondo tratándome de relajarme, empieza a elevarse. Paso mi mano sobre mi pecho tratando e tocar a modo de protección un crucifijo que me regalaron mis hijos y mi esposa los 40 años y con sorpresa y bronca me doy cuenta que no lo tengo, y recuerdo haberlo dejado colgado en la canilla de la ducha. Ya el avión gira sobre el Río de la Plata, pierdo el horizonte y experimento un mareo pero interiormente se que se me va a pasar junto con los oídos tapados.

Solo es una hora y monedas hasta Córdoba, tranquilo falta poco me digo a mi mismo en voz baja. Ya casi faltando media hora para llegar, aparece la azafata con su carrito repartiendo bebidas, al llegar a mí, decido pedirle champagne, es una bebida que me gusta mucho, pero a la vez la elegí para relajarme un poco, tanto fue así que me quedé dormido. En un momento sentí una terrible sacudida, entreabrí los ojos, me ubique mentalmente que estaba en el avión y volví a zambullirme en el sueño.
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Ya de regreso a casa, en el viaje, me sentía raro, algo aturdido, llegue casi como flotando en el aire, con una sensación de pánico absoluta, por no recordar, que había hecho en Córdoba, donde estuve trabajando, cuando había arribado, una sensación horrible que no se la deseo a nadie. Me detuve unas cuadras antes de llegar a casa para tomar aire, tranquilizarme y pensando que cuando me relaje un poco tal vez regresaría la memoria y todo volvería a la normalidad. El tema que iba a decir en casa. Quería llegar inmediatamente. Sentía como que hubiese pasado más tiempo del que estuve ausente.
Ya me estaba aproximando a mi casa, como flotando casi no sentía el piso, pero a la vez mi cuerpo era como que no registraba el peso, muy liviano. Me fregaba una que otra vez los brazos me cosquillaban.

Por suerte ya estaba frente a mi casa cuando me disponía a tocar el timbre, se abrió la puerta y me llegó una terrible correntada con un envolvente olor a perfume de mi hijo mayor como a recién bañado que me hizo tambalear por su intensidad, fue extraño nunca me había sucedido tal cosa…me detuve para saludarlo y sorprendido noté que pasaba sobre mi sin notar mi presencia y empujándome de una manera casual hacia un costado. Aproveché la puerta abierta y entré rapidamente.

Ahí estaba en la cocina mi hijo menor mirando la revista del domingo, ingnorandome por completo, sin notar mi presencia, mi esposa de espalda cocinando o lavando y tampoco me dirigió ni media palabra después de mi saludo que casi no podía escucharme por un zumbido que tenía constantemente en mis oídos, creo que producto del viaje en avión.

En eso mi hijo me miró fijo empuño la revista a modo de garrote y se aproximo de una manera amenzante, que al principio pensé que se trataba de una broma, pero al recibir el revistazo aparecí tirado en el borde del ventana de la cocina que daba a la calle.

Increíblemente pase por la ventana…, ¨Qué es esto..?¨me dije, que recibimiento!. Atravesé como nada la ventana??? Me aleje mirando hacia la ventana y me apoye sobre un auto estacionado frente a mi casa. En eso me miré en el reflejo del auto que por ser nuevo era un espejo perfecto. En ese momento el mundo se me dio vueltas.

Mi sorpresa fue tan grande que creí morirme ahogado por mi vomito y por el terror de tan sorprendente imagen reflejada.
Dos ojos enorme y dentro cientos de ojos más, asquerosas patas, unas alas tan transparentes como el cielo de ese día.
Me cuesta pensarlo pero soy una mosca, me transforme en una indeseable mosca.

Al instante comprendí todo, después de sumergirme en el sueño el avión nunca había llegado a Córdoba su destino final …
Ya no era el mismo Mario de siempre, me había reencarnado en una mosca, y nunca ninguna mosca sería bienvenida ni a su propio hogar.

Daniel Pereyra